Por Camilo Venegas
Ilustrado por Naysa Dumé
La frase es de un poeta. Como no encontró otra manera de definir su deporte favorito, se limitó a compararlo con el juego ciencia: “El béisbol es el ajedrez de campo”, fueron sus palabras exactas.
En uno ensayo donde aborda el uso del tiempo, Alessandro Baricco se desespera con un juego de béisbol. Tengo una sola explicación para ello. Baricco prefirió denostarlo antes que entenderlo, le fue más fácil.
El autor de Seda trata de hacer varias analogías, en apenas dos párrafos, entre lo que puede suceder en nueve innings y el modo de vida norteamericano. Lo hace, por supuesto, con la torpeza del que desconoce y por eso se equivoca.
Lo que para él es tedio, para los que entienden es estrategia. Lo que para él es antideportivo, para nosotros es arte. Si Baricco entendiera al menos las reglas elementales del béisbol, lo hubiera defendido en Next, sobre la globalización y el mundo que viene.
Casi todos los escritores que han vivido en la cultura del fútbol y que se reconocen incapaces de entender tantas reglas para tan poca acción, critican a la pelota de la misma manera.
Todos se ensañan con el factor tiempo y los largos espacios de inactividad. En el momento que leí Nex… por primera vez (primeros años del siglo XXI), hice unos apuntes sobre el libro. Uno de ellos, me sirve ahora para este texto.
Es sobre un juego entre Atlanta y los Mets de Nueva York. Era en el Shea Stadium, de Queens, y se enfrentaban por primera vez en sus vidas Greg Maddux y Tom Glavine (compañeros hasta la temporada anterior en los Bravos).
En un momento tenso, muy al principio del partido, las cámaras pudieron resumir algo que es justo lo que molesta a los desentendidos. Los Bravos estaba castigando a Glavine y el juego cayó en una especie de impasse.
Como en los célebres montajes paralelos de Francis Ford Coppola, desfilaron por la pantalla los exagerados gestos de Bobby Cox, las señas apresuradas del manager de los Mets, el cuerpo tambaleante de Leo Mazzone, el rostro enjuto de Glavine, la cabeza inmóvil de Maddux, el avance silencioso de Rafael Furcal en primera y los brazos del receptor pidiendo tiempo otra vez.
Antes de recomenzar, ya el partido estaba paralizado. Es curioso. En mi librero, justo al lado del libro donde Baricco ultraja al béisbol, estaba Mr. Vértigo, la historia de Paul Auster donde un niño vuela sobre los más aciagos días de la Gran Depresión.
En la primera página, para situar al lector, el protagonista dice simple y llanamente: “Eso fue en 1927, el año de Babe Ruth…”. Para Paul Auster es impensable contar una historia donde no se mencione al menos un juego de pelota.
El béisbol jamás será el deporte rey. “¿Cómo tú le explicas a un alemán lo que quiere decir ‘duro y curvero’?”, me preguntó una vez Américo Celado, uno de los periodistas deportivos que más admiro en República Dominicana.
Nadie sabrá quien la dijo por primera vez, pero ninguna otra significa tantas cosas. Sólo el “ser o no ser” de Shakespere puede superarla, pero la nuestra tiene una ventaja: el autor de Hamlet tampoco sabía de béisbol.